La cultura de la era industrial, desde el Taylorismo, ha girado en torno a las tecnologías, cada vez más sofisticadas, para optimizar lo que ya existe mediante la adopción de pequeños y constantes cambios. La herramienta clásica para lograrlo ha sido el ciclo PHVA (planear, hacer, verificar y actuar), orientado a conseguir un resultado específico. Si el resultado está por debajo de lo esperado, es necesario revisar las desviaciones para mejorar o eliminar algunas actividades que no están generando valor.

En este sentido, dicho ciclo es de mucha utilidad, porque nos ayuda a estandarizar las acciones propias de un nuevo proceso o a solucionar problemas en procesos ya estandarizados. Sin embargo, el mundo actual está lleno de incertidumbres, sorpresas y giros inesperados, y ello conlleva salir de lo conocido para poner la atención en lo que aún está por explorar y, por lo tanto, descubrir posibilidades que nos muestran nuevos caminos de acción para crear, con otros, nuevas formas de hacer lo que hacemos en contextos de mayor bienestar y efectividad.